Al día siguiente de quererse burlar de Guardiola manifestando que el “Madrid lucharía esta temporada por la permanencia”, resulta que el equipo blanco perdió ante un rival “directo” en la lucha por evitar el descenso. No cabe mayor ridículo.
Caer ante el Levante y, sobre todo, de la forma en que lo hizo, como un equipo pequeño que se mete en tanganas absurdas que le cuesta una expulsión y que en toda la segunda parte no fue capaz de crear una sola ocasión de peligro es síntoma de que este Madrid está desquiciado por la presión de sentirse inferior al Barcelona.
La obsesión por acabar con la hegemonía blaugrana le hace ser cada vez más pequeño y, lo que es peor, despreciable para el resto de sus adversarios en la Liga. Ayer Mourinho dejó, de entrada, a Cristiano y Ozil en el banquillo y el equipo demostró todas sus carencias. Y así, a donde no llegaba por calidad quiso llegar por las malas formas.
La autoexpulsión de Khedira es impresentable, pero las patadas de Pepe al final del partido son la confirmación de que este equipo sigue montado sobre unos personajes que priorizan las malas artes sobre los auténticos valores de este deporte.
Más dura será la caída de Mourinho. Muy pronto ha empezado a verse la verdadera cara del Madrid, esa imagen de mal perdedor que le perseguirá durante mucho tiempo. Y este año no habrá excusa, este año el Madrid es lo que Mourinho quiere. Florentino le ha dado todo el poder y el portugués sigue empeñado en buscar resultados despreciando el fútbol. Nada ha cambiado. El Barça juega y el Madrid malpierde.
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