Hasta el cierre de esta edición, con el empate frente al Villarreal, la diferencia entre el Real Madrid y el Barcelona se había reducido de diez a seis puntos, y en el vestuario, luego de sellado el 1-1, todo era histeria. Minutos después de la seguidilla de incidentes desatada al concluir el partido, y sacramentada la igualdad sucedió que Pepe increpó al árbitro con “¡qué atraco hijo de puta!”, y Cristiano, que de tal sólo tiene el primer nombre y merece llamarse tal como su papá lo bautizó en homenaje a Ronald Reagan, gritaba “¡robar sólo robar!”. Antes de los alaridos, ya habían sido expulsados el mala leche de Sergio Ramos, Metzul Ozil por burlarse de los hinchas locales, José Mourinho y Rui Faría su ayudante. Valga el subrayado, “Mou” profirió varias veces “filho puta” al colegiado Romero.
La culpa para la infelicidad y la neurosis en la casa blanca la tienen Dios, los árbitros, toda la corte celestial y quién sabe cuántos fantasmas de la predilección de cada uno de estos cultores de las excusas y el lloriqueo. Florentino Pérez es un ricacho bobalicón que en su primera gestión maldijo al equipo etiquetándolo de galáctico, mientras Beckham, Roberto Carlos y Ronaldo vivían de Spice Girls, señoritas de programa muy caras, discotecas y champán. En ese tiempo, cuando todavía Valdano era feliz e indocumentado de chequeras y glamour, y creía en una lírica y épica del juego, botaron de mala manera a Vicente del Bosque que años más tarde pudo darse el lujo —no lo hizo, su decencia se lo impidió— de restregarles por los cachetes el título del mundo conseguido por la selección española bajo su dirección. En esta segunda presidencia florentina, Valdano recibió de la medicina que mandaron a probar a Del Bosque todo porque para dictadorzuelo suficiente con el míster portugués que en marzo afirmó que en realidad él no es como aparece públicamente, porque dentro de su casa juega a canario inofensivo.
Dicen que la diferencia entre el Barça y el Madrid es la defensa de la esencia frente a la exacerbación de un poderío con raíces franquistas. Y la diferencia puede también estar entre el abdomen de Ronaldo y el repertorio de morisquetas de niño engreído fecuentemente salido de la vaina frente a la sonrisa de Messi que se abraza con sus compañeros luego de un gol propio o ajeno, más todavía si es el 234 que lo convierte en el goleador de todos los tiempos de los culés.
Mientras el Madrid, condenado por sus preceptos de invencibilidad entra en pánico por haber quedado a seis puntos de su cada vez más odiado —pero sobre todo envidiado— rival, Guardiola dice que Bielsa es el mejor técnico del planeta, el propio Messi declara que los blaugranas no serían lo que son sin el genio de su técnico, y todo es juego antes, durante y después de cada partido. El Madrid es un chiquillo burguesito incomprendido en su frivolidad, el Barça es un espíritu de cuerpo que homenajea la libertad y la creatividad.
Ya lo había anticipado en esta misma columna hace un par de semanas: es probable que el Real Madrid termine consiguiendo el cetro de la temporada, pero gracias al Mourinho style se confirma lo que Bielsa profiere sabiamente: no necesariamente el éxito es sinónimo de felicidad, pues en este caso, para los anales del fútbol quedará en nuestras retinas la comparación entre el juego exquisito de estos tiempos y la amargada eficacia de un club de niños pintudos, pero amargos de necios e insignificantes de espíritu. La buena gente, el gesto transparente, la palabra precisa, la sonrisa constante, la renuencia al show artificial son ingredientes fundamentales cuando llega la hora de evaluar la genialidad y el talento, frente al éxito y al triunfalismo que desaparece con la rapidez con la que lo hace una pompa de jabón.
Luces y sombras merengues
Mesut Ozil es el jugador clave del Real Madrid dirigido por Mourinho. Ya había demostrado su extraordinaria versatilidad jugando con la camiseta de la selección alemana en Sudáfrica 2010, pero como no es guapo, tiene los ojos saltones y sus orígenes son turcos no tiene la prensa y los reflectores encima suyo.
El equipo de Mourinho tiene figuras futbolísticamente notables. Poniendo entre paréntesis a Cristiano Ronaldo, pensemos en ese enorme goleador llamado Karim Benzemá de origen argelino, lo mismo que el ya legendario Zinedine Zidane, o en Sami Khedira y Xabi Alonso, volantes que recuperan y generan juego con gran categoría y bajo los tres palos, ¿quién discute a Iker Casillas como mejor portero del mundo hace algunos años?
El problema central del Madrid es la engañosa imagen que se hace de sí mismo a cada paso que da. Si contara con una idea más deportivo-futbolística que mediática-espectacular seguramente se quitaría esa innecesaria presión que en gran medida es ahora amplificada por el ingobernable egocentrismo de su director técnico.
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