El Real Madrid firmó su clasificación matemática a octavos de final de Liga de Campeones en el duelo por el liderato del Grupo A con un PSG superior, víctima de un error de su portero del que sacó oro Nacho y la mala fortuna, con tres disparos al poste, que dejaron en nada la exhibición de Di María.
El Bernabéu asistía al primer duelo de enjundia en la temporada del Real Madrid de Benítez como local. Transitaba hasta la fecha entre alguna goleada aislada, encuentros desaprovechados para instalar el optimismo en su parroquia ante rivales de un perfil bajo y puntos cedidos frente a un rival de otra liga, como el Málaga.
El PSG era una perfecta vara de medir y en París el empate sin goles supo a victoria e invitó a unas conclusiones exageradas desde el propio vestuario. La personalidad ante las bajas ayudaron a sacar pecho hasta a Benítez.
En el momento en el que el Real Madrid tuvo que asumir la responsabilidad en su estadio, las sensaciones cambiaron de bando. El PSG dominó, desequilibró al ritmo de Di María y sacó a la palestra un equipo a medio hacer, que en su primera gran cita se agarró al esfuerzo entre desajustes defensivos y acciones ofensivas aisladas.
Nadie creía el triunfo parcial del Real Madrid al descanso. El duelo había nacido con la intensidad que siempre promete el cara a cara entre dos equipos que deben demostrar que aspiran al título. La presión arriba francesa asfixiaba al conjunto blanco, con Casemiro de eje sin encontrar balón y Kroos buscando su sitio más adelantado.
El PSG necesitaba marcar para asaltar el liderato y salió por ello. Un triunfo en el Bernabéu da grandeza, quizás el impulso definitivo para estar entre los mejores de Europa. El panorama se presentaba feo y Cristiano iniciaba, en la zona del nueve, una guerra por su cuenta. Chutaba con ansiedad desde su casa a los cuatro minutos. Junto a otro lanzamiento de falta lejano fueron sus únicos argumentos que no saciaron su ansiedad en el primer acto.
El Real Madrid no funcionaba y hasta le venía bien el parón que sufrió el partido por una brecha de Isco y la lesión de Verratti. El PSG perdía su cerebro pero no lo acusaba. Di María fue el encargado de encender de nuevo el encuentro. Dolido en su orgullo en la casa donde lo ganó todo pero no fue reconocido económicamente como él pensaba que merecía.
Ante la injusta indiferencia con la que fue recibido el nombrado mejor jugador de la final de la Décima, el argentino se desquitó con un gran partido. Mostró sus virtudes dando velocidad a cada acción. Lanzando un sombrero y un pase al espacio, asistiendo a Cavani e Ibrahimovic que traían de cabeza a la zaga blanca. La falta de ayudas de Jesé en el costado izquierdo blanco las aprovechó a la perfección Di María. A los 21 minutos inventaba la acción que terminaba en un mal disparo de Matuidi a manos de Keylor.
Entró Nacho, tocado con una varita mágica cuando un disparo de Kroos lo rechazó la defensa, Trapp salió de su zona de seguridad sin sentido y el balón llovió del cielo a la bota del defensa, que sin dejarla caer, acomodó el cuerpo y la acarició, escorado, al fondo de la red.
Entre medias los intentos franceses se fueron transformando en impotencia. La misma que sentía Cristiano, que corrió sin premio y no pudo marcar en una jornada sin fortuna.
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