Ramón Grimalt - Editor de Planeta
Aquí vamos de nuevo, pero en la Liga de Campeones, el torneo que el Madrid considera en propiedad tan suyo como el Bernabéu y la diosa Cibeles. No es raro, entonces, que esta tarde el madridismo vista sus mejores galas contra su eterno rival que, por cierto, no es el Atlético de Madrid, sino nosotros, los culés, ésos que vestimos de azulgrana y reivindicamos un modelo futbolístico con denominación de origen como el buen vino: Made in la Masia.
Ese fútbol que causa admiración y envidia por partes iguales, es nuestra mejor tarjeta de visita en territorio comanche, donde se nos espera con el cuchillo entre los dientes. Para ello el inefable José Mourinho se ha encargado de calentar el ambiente atacando a la línea de flotación del modelo, Josep Guardiola. La rueda de prensa de ayer es la clara muestra de que Mou se mueve por la inercia del odio y el resentimiento.
Sí, nos conoce muy bien, desde que a mediados de los años 90 llegó como ¿¿traductor de aquel señor inglés sobrio y elegante que en paz descanse llamado Bobby Robson. Mourinho mamó barcelonismo, se empapó de la filosofía de un club que hoy denosta en todos los foros, y aprendió cómo hacernos daño.
Eso es lo que se vio en los dos clásicos jugados hasta el momento. Si bien el 5-0 del Camp Nou lo sorprendió por el impresionante despliegue ofensivo del Barça, en el partido de Liga en el Bernabéu conjuró a los suyos a no perder y ahí, por acaso, empatar, lo que sucedió. Otra historia fue en la final de la Copa del Rey. Mourinho diseñó una estrategia de golpea y corre que acabó enloqueciendo a los tenores azulgrana.
Hoy, seguramente, veremos un híbrido de ambos sistemas. El Madrid jugará primero a no perder, pero defenderá donde más nos duele en tres cuartos de cancha, en la zona creativa, ahogando a Iniesta y Xavi. Ahí esperará agazapado y esperará su oportunidad con paciencia. En estos partidos de ida y vuelta, sobre todo cuando te juegas el pellejo en casa, hay que medir la intensidad, contemporizar y sobre todo jugar con la cabeza fría. Vale hacer un gol (o dos) en su casa, y mejor no recibir ninguno. Luego, una semana después, ya habrá tiempo para hacer historia bordando el fútbol y poner al “puto jefe” en su lugar de cenutrio, oscuro y mezquino.
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