Dos goles de Messi, el segundo genial, derrotan a un Madrid que se derrumbó con la expulsión de Pepe. También vio la roja Mourinho. Ramos tampoco jugará la vuelta.
Los duelos entre Real Madrid y Barcelona pueden llegar a convertirse en contraproducentes para el fútbol. Después de tres enfrentamientos directos en apenas dos semanas ya deberíamos tener asumido que el espectáculo nunca tendrá como protagonista al balón, ni siquiera al juego y tendríamos que empezar a asimilar que llegará el día que no sea necesario que haya una pelota sobre el césped cuando estos dos equipos se miren frente a frente. Se retarán en las conferencias de prensa los entrenadores, se mandarán mensajes los jugadores a través de los medios, convertidos en correos de sus intereses, y afilarán los tacos y relajarán las manos para tenerlas bien ágiles cuando se citen sobre el césped. El encargado de mover el pulgar hacia arriba o hacia abajo podría ser el árbitro o el jurado de Eurovisión. Dará igual. El fútbol parece que es lo último que importa y en el primer partido de esta eliminatoria a nadie se ha despreciado más que a los aficionados, sufridores de un castigo cruel.
El partido nos dejó argumentos para que presuman unos y excusas para que exageren sus lamentos otros. Pero por encima del fango, del alboroto y de la tensión surgió la figura de Messi para decidir seguramente la eliminatoria y dejarnos un gol para el recuerdo, un eslalon perfecto en el que desparramó sobre el césped a cuanto jugador vestido de blanco intentó salir a su cruce.
Con ese gol retrató a la defensa del Madrid, pero a nadie más que a Cristiano Ronaldo, puesto en evidencia una vez más cuando llegó la hora de medir sus fuerzas con el mejor futbolista del mundo, Leo Messi. Ahora mismo, no hay comparación posible entre los dos. Mientras el argentino se crece en las grandes citas y es capaz de rescatar a su equipo en las situaciones más comprometidas, el portugués arrastra a sus compañeros hacia el abismo. Es incapaz de variar el rumbo de un partido por sí solo. En duelos de altos vuelos rara vez aparece.
A la figura de Messi se agarrarán en el Barcelona para justificar su triunfo. A eso y a que fue el único equipo que intentó crear algo de fútbol en toda la noche. Apenas lo consiguió, pero su abrumadora superioridad en la posesión del balón le permitió defenderse teniendo la pelota en su poder. Sin sufrir, sin casi sobresaltos. Y en el Bernabéu.
En el Real Madrid la visión será diferente y justificarán el declive final de su equipo en la expulsión de Pepe a los 61 minutos por un plantillazo a Alves. Una expulsión justa, pero que podría llegar a admitir un debate sobre ello. Esa roja provocó la inmediata expulsión de Mourinho y la ruina del Madrid, que se descompuso de mala manera. Sin el trabajo y el carácter de Pepe en el centro del campo, las costuras del Madrid saltaron por los aires y el equipo cayó rendido a la genialidad de Messi. Primero aprovechó una buena jugada por la derecha de Afellay, que se fue con insultante facilidad de Marcelo, para anticiparse a Sergio Ramos y batir por primera vez a Casillas. Después llegó esa maravilla de gol que pone al Barcelona en la puerta de embarque para Wembley.
De lo que ocurrió antes nadie se acordará y es que poco merece ser recordado. Fue el combate del miedo, sin espacio para nada de fútbol. Comenzaron los dos con el freno de mano, con el Barcelona tocando y el Madrid esperando, estudiando los movimientos del enemigo. El Barça, fiel a su estilo de elaboración y toque, frente al fútbol directo del Madrid, que se quedó a medio camino entre ir a presionar o esperar atrás. Se plantó en el círculo central, permitiendo al Barça pensar cada movimiento hasta adentrarse en territorio rival. Pero fueron avances lentos, demasiado previsibles y en los que olvidó las bandas. Apenas se vio a Alves correr por el lateral.
Con este prudente planteamiento, los principales damnificados fueron Özil, Di María y Cristiano, que se hizo notar más por sus aspavientos que por su fútbol. En el primer tiempo sólo apareció para acribillar a pelotazos a la barrera en cada falta que lanzó y en un disparo que desvió con dificultades Valdés. En el segundo tiempo, el portugués aún hizo menos.
Xabi Alonso se situó por delante de la zaga, barriendo toda la pradera central, con Lass a su derecha y Pepe a su izquierda, ligeramente adelantados. Mientras los tres estuvieron sobre el campo, el Madrid aguantó con la cabeza alta, sin jugar al fútbol, pero sin sufrir daños. Antes del descanso apenas se pudieron anotar dos disparos de Villa y de Xavi. El primero salió desviado por centímetros y el segundo lo despejó Casillas. Del Madrid no hubo noticias en el área rival.
El segundo tiempo comenzó a otra velocidad, con el Madrid queriendo vivir más arriba y el Barcelona queriendo parecerse más a sí mismo, y con cambios en la disposición de los dos equipos. Adebayor sustituyó a Özil, damnificado una vez más, y por primera vez e Madrid tuvo una referencia en ataque que permitió liberar a Cristiano. Tanto se liberó que no se le volvió a ver. En el Barcelona, Villa se cambió a la derecha y Pedro pasó a la izquierda.
El aire le duró al Madrid lo que tardó el árbitro alemán Stark en expulsar a Pepe. Sea rigurosa o no, no parece lógico que un conjunto de ese nivel se descomponga de tal manera sólo por la expulsión del portugués. Pero lo peor quizá no fue que el equipo no tuviera capacidad de reacción, sino que en los siguientes minutos esa reacción no llegara desde el banquillo, en el que ya no estaba sentado el expulsado Mourinho. No podrá sentarse en el banquillo del Camp Nou, adonde tampoco acudirá Sergio Ramos, que vio una amarilla que le impedirá jugar la vuelta.
Mientras, Guardiola, que nunca podrá agradecer lo suficente la presencia de Puyol en la defensa y de Keita en el centro del campo, se dio el lujo de hacer debutar al canterano Sergi Roberto en los instantes finales. Así de diferente se ve la vida ahora mismo entre el Barcelona y el Real Madrid.
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