Decir que Messi se motiva extraordinariamente cuando se enfrenta al Real Madrid y que Pepe es el más fiel ejecutor sobre el césped de la agresividad que le pide Mourinho a sus jugadores en los Clásicos no es, obviamente, descubrir nada nuevo. La percepción generalizada retrata a dos futbolistas antagónicos, el primero un artista del balón a la altura de los mejores jugadores de todos los tiempos (quizá por encima de todos ellos) y el segundo un sicario desquiciado por la superioridad mostrada por el Barcelona la pasada temporada y con la violencia como único recurso.
Por ello son especialmente sorprendentes las estadísticas de uno y otro en los últimos siete partidos disputados entre Barça y Madrid (dos de Liga, la final de Copa, las semifinales de Champions y el doble partido de Supercopa) en lo que a faltas se refiere: Leo Messi ha cometido más que Pepe. Como lo leen.
El delantero argentino del Barcelona hizo en esos encuentros un total de 20 faltas, mientras que el central portugués del Real Madrid, en contraposición al nivel de críticas recibidas por su dureza, cometió 16. Es cierto que Pepe jugó 120 minutos menos que Messi (en la ida de semifinales de Champions fue expulsado en el minuto 60 y la vuelta no la disputó al estar sancionado), que a la Pulga le frenaron 32 veces de forma antirreglamentaria y que el menor número de infracciones señaladas a Pepe no ocultan la fuerza desbocada que emplea a veces, como en la entrada a Alves que le costó la expulsión en Champions.
Pero las faltas cometidas por Messi, ocultas por sus goles y la dureza, en general, mostrada por el Real Madrid son un síntoma más de la sobreexcitación de Leo cuando se enfrenta a los blancos, una animosidad también retratada cuando las cámaras de Punto Pelota le cazaron mandando callar con un gesto al banquillo del Real Madrid tras marcar el tercer gol de su equipo, el que otorgó la Supercopa tras un partido brillante e intenso por parte de ambas escuadras.
Bendecido por la imagen pública que, en contraposición, proyecta Cristiano Ronaldo,con cartel de arrogante, provocador y mal perdedor y, sin duda, ayudado por un carácter tímido cuando se pone delante de los micrófonos que subraya sus orígenes humildes, Messi ha disfrutado hasta el momento de la benevolencia de la crítica, que le considera tan modesto como buen futbolista, un ejemplo en todos los sentidos. Pero los últimos Clásicos han revelado la obsesión de Messi por derrotar al Real Madrid. En lo deportivo, su cruzada es loable: le ha hecho 13 goles al eterno rival en su carrera y su protagonismo ha sido tal que, probablemente, sin Leo el rumbo deportivo de Barça y Madrid podría haber dado un giro de 180 grados.
Pero, más allá de su determinante papel, que crece de forma exponencial ante el Real Madrid,Messi ha desatado su lado canchero ante los merengues desde la llegada de Mourinho con más faltas que goles, y miren que ha batido veces a Casillas. Sirva también como ejemplo el vacile al técnico con el balón –“¿lo querés?”, le dijo–, o con un salivazo frente al luso, el ya mencionado gesto de desprecio hacia el banquillo madridista o el pelotazo intencionado a un espectador del Santiago Bernabéu. Son las aristas de Leo Messi, afectado también por la onda expansiva de los Clásicos recientes.
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