Después del partido Barcelona-Nápoli,el binomio Fábregas-Messi amenaza a la dupla más goleadora de España, Cristiano Ronaldo y Benzemá.
Si el Nápoles era un cobaya, que lo era, el experimento científico resultó todo un éxito. No porque Cesc marcara el primer gol con la camiseta del Barça, tal vez el más fácil de su vida, a puerta vacía, sin portero, sin defensa y a un par de metros de la línea. No, no era por eso. A la primera oportunidad que ha tenido de colocarlo de titular, Guardiola le dio el trono de Messi. O sea, el nueve mentiroso. Elnueve que no está ni se le espera, pero llega sin llamar a la puerta, sin avisar a nadie, y se lleva, como diría Valdano, la mantelería y hasta los cubiertos. Así juega el Barça, el nuevo Barça. Parece el mismo equipo, el mismo dibujo. Pero también es una impresión engañosa. Engatusó al Nápoles y cuando quiso darse cuenta le había marcado cinco goles además de estrellar los azulgranas tres balones en el poste. Un verdadero festival de Cesc primero y otro de Messi, por supuesto, después.
Nunca ha sido fácil jugarle al Barça de Guardiola. Ahora lo será mucho menos. ¿Por qué? Porque ha multiplicado sus recursos con dos jugadores distintos: Cesc y Alexis. Y eso que el chileno no jugó ni un solo minuto, protegido como está por el técnico para la final de la Supercopa de Europa del viernes. Con Cesc basta. Juega de todo y de nada. Parece que no hace nada y lo hace todo. A la tercera ocasión que tuvo, marcó el gol. Antes demostró que le encanta llegar desde atrás, como si fuera un interior de otros tiempos, o que conecta con el cerebro de Iniesta como si hubieran jugado juntos toda la vida.
Las portadas serán para Cesc, pero el armonioso, delicado, dulce y diríase que hasta sugerente fútbol de Iniesta hipnotiza por su genial capacidad para generar arte cada vez que toca el balón. Entre Andrés y Cesc hubo una fusión mágica. El Nápoles, a quien anularon un soberbio golazo de Cavani -una chilena imponente por fuera de juego previo- tardó un cuarto de hora en comprobar que jugaba contra algo irreal. El tercer clasificado de la pasada Liga italiana no le quitó la pelota en ningún momento al Barça. Y no entendió nada de lo que planteó Guardiola sacando a Cesc del área para que se asociara con Keita -si juega este año será de pivote defensivo, eso está cada vez más claro-, con un irregular Thiago y un celestial Iniesta, mientras Kiko Femenía, en la banda derecha, y Villa (izquierda) abrían el campo para dejar un agujero negro en el centro. Por ahí se coló precisamente Keita para cabecear en posición dudosa, eso sí, otra deslumbrante asistencia de Iniesta. Otro gol como prueba. Otro gol que deberán estudiar los rivales porque el Barça no vive en el área sino que irrumpe y se va. Con el botín, por supuesto.
LEO SALE Y MARCA / En la segunda mitad, verificado ya que las piernas de Montoya sirven para dar descanso a Alves y que Adriano se ha aficionado a dar buenas asistencias, Guardiola le cedió el brazalete de capitán a Keita (otro gesto) y sacó del armario del Mini a la colección de nuevos talentos -Bartra, Sergi Roberto, Isaac Cuenca, Jonathan dos Santos- con las ya consagrados (Thiago y Fontàs) mientras a Cavani le anularon el segundo gol por fuera de juego. Con Pinto siempre en la portería y Messi, incapaz de ver 90 minutos de fútbol desde el banquillo, entrando luego en el campo. Cuando apareció Xavi, Keita se quitó la senyera para dársela. Pero el de Terrassa no quiso.
Sí quiso la madera convertirse en la juguetona anécdota de la noche. Disparó Pedro al palo, luego Isaac Cuenca, después, de nuevo, Pedro y finalmente una magistral falta ejecutada por Messi se estrelló en el travesaño hasta que Pedro, cansado de tanto infortunio, cabeceó a gol. Lo mejor, sin embargo, aún estaba por llegar. En el cuarto tanto, el Barça se pasó el balón como los niños en el cole hasta que irrumpió Messi -ya saben, ¡no se vive en el área sino que se llega!- para demostrar que su fútbol es angelical. Hasta 32 toques, ¡sí, 32 toques! Pero Messi no tenía suficiente. Con el quinto, tampoco.
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