Gracias, gracias y mil millones de gracias. El barcelonismo agradecido no se cansó de dárselas a su ídolo, convertido ya en un mito del banquillo azulgrana, en el personaje que probablemente haya hecho más por dignificar la imagen del club en sus 113 años de vida.
Pep Guardiola vivió ayer su último partido como entrenador del Camp Nou. Una noche mágica, cálida, generosa en agradecimientos, en mensajes de aliento y de estima eterna por uno de los mejores mejor entrenadores de la historia del Barça.
Justo lo contrario que Guardiola vivió en aquella lluviosa noche de junio de 2001, cuando se despidió como jugador del equipo de su vida, en un Camp Nou con aspecto desangelado que acaba de ver cómo su equipo firmaba una nueva temporada en blanco, al caer eliminado en semifinales de la Copa del Rey tras empatar ante el Celta en su propio estadio.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. Muchas de ellas, precisamente las ha cambiado Guardiola. Y la afición culé se lo ha agradecido hoy antes, durante y después del derbi contra el Espanyol, en un homenaje sincero, emotivo y grandioso.
Finalmente, Pep se ha quedado solo en el centro del campo. Ha tirado besos a la grada, se ha despedido brazos en alto, se ha tocado el pecho señalando su corazón. El barcelonismo le debe agradecimiento eterno y ayer se lo ha demostrado como no supo demostrárselo hace once años.
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