Once clásicos le llevó al Madrid de José Mourinho desmontar al Barça de Pep Guardiola. Casi dos años de tensión. Dos victorias, cuatro empates y cinco derrotas. Once pleitos plagados de incidentes y remates. En total, 145 tiros del Madrid contra 121 del Barça que se decantaron en 13 goles blancos por 22 azulgrana. El equipo de Messi exhibió, en general, más puntería y más posesión. El promedio de dominio de la circulación del balón, un 64% favorable al Barça, condicionó los enfrentamientos ante un Madrid que, después de algunas tentativas, optó por renunciar a esta disputa para concentrarse en perfeccionar aquellos aspectos del juego que mejor prepara su entrenador. Mourinho afinó la defensa y las transiciones rápidas hasta que el sábado consiguió la primera victoria nítida (1-2) sobre un adversario que desde 2009 prolonga su hegemonía en el fútbol mundial.
Khedira, autor del gol que abrió el marcador, resumió la fórmula con laconismo germano cuando en el Camp Nou le preguntaron si atribuía la victoria a un mal día del rival. “El Barça jugó bien, pero nosotros nos defendimos mejor”, sentenció, antes de añadir una conclusión psicológica: “Fueron tres puntos muy importantes para nuestra cabeza”.
La presencia de Khedira, un futbolista especialmente reclamado por Mourinho desde su llegada al club, dio fe de que las cosas se hicieron según el manual del técnico. Los futbolistas suelen recordar que al portugués le gusta dejar lo que ellos llaman “su sello” en cada partido grande. Consciente de que millones de admiradores le identifican con un modo de entender el juego, no está dispuesto a ceder terreno fácilmente. Sobre todo, después del 5-0 sufrido en el primer clásico que disputó contra Guardiola, el 29 de noviembre de 2010. Aquella derrota, la más aplastante de su carrera, le cargó de aprehensiones. Mourinho tardó casi un año en recuperar la confianza que perdió aquella noche en Özil y Benzema. El mismo tiempo que le llevó desencantarse de Lass y suspender el empleo del trivote.
La victoria del sábado fue el último eslabón de un proceso de ensayos y errores que se originó el día del 5-0. Es paradójico que ni la alineación ni el planteamiento del Madrid humillado en el primer clásico distaran mucho del equipo y la táctica que Mourinho presentó en el último. La primera formación fue: Casillas; Ramos, Pepe, Carvalho, Marcelo; Xabi Alonso, Khedira; Di María, Özil, Cristiano; y Benzema. La última, a excepción de la zaga, fue idéntica: Casillas; Arbeloa, Pepe, Ramos, Coentrão; Xabi Alonso, Khedira; Di María, Özil, Cristiano; y Benzema.
Los extremos de la línea se asemejan. Pero entre medias se jugaron nueve partidos marcados por tácticas muy dispares. En gran medida, planes inspirados en el temor a recibir otra goleada. Mourinho les hizo hincapié sobre este punto a sus jugadores mientras prescindía de Özil y Benzema para incorporar un tercer mediocentro defensivo, a veces Pepe, y en ocasiones Lass. Con ellos acuñó una expresión barroca: triángulo de presión alta.
El cambio de Lass por Özil en el descanso del clásico del 5-0 fue sintomático de lo que sucedería en el futuro. Entonces, el refuerzo defensivo no surtió efecto: el equipo pasó de ir 2-0 en el minuto 46 a terminar 5-0. Por el camino, Mourinho hizo otro cambio premonitorio: Marcelo por Arbeloa en el minuto 60. Hoy, el lateral brasileño, probablemente el más talentoso del planeta, parece un futbolista desterrado en favor de Coentrão.
Los nueve clásicos intermedios sirvieron para que el plantel y el técnico se convencieran de que la superpoblación de jugadores defensivos no servía para defenderse mejor. La ventaja de cuatro puntos, previa al último duelo, ayudó a que el técnico se animara a apostar por Özil. Solo en la ida de la Supercopa y en la vuelta de la Copa concedió Mourinho más minutos (88) a Özil que el sábado pasado. La confianza mereció la pena. El alemán fue el timón del Madrid en el ataque y un colaborador tenaz en la defensa. Imprescindible. Como Benzema, cuyo progreso es evidente.
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