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viernes, 22 de junio de 2012

Los 25 años del muchacho que juega y espera

El domingo, Lionel Messi cumplirá 25 años. Hace un año escribí una nota, y 12 meses después no han cambiado mucho las cosas.

Anotaba: Messi es un jugador de novela. No apareció todavía el escritor capaz de recrear un personaje como este que sazona las tardes y las noches de fútbol: aparentemente frágil pero indemne, famoso sin estridencias, sencillo aunque quisquilloso.

Tuvo la suerte, por una parte, de llegar con la maleta vacía al sitio justo y en el momento preciso: donde le esperaban, sin saber que vendría, los Iniesta, Xavi, Ronaldinho, Sergio Busquet y después Dani Alves, y, por encima de todos, ese Guardiola que se diplomó de maestro-compinche.

Al mismo tiempo tuvo la mala suerte —eso lo sabría con el paso del tiempo— de haberse ido muy temprano de su tierra, de no haber jugado en Boca, River o San Lorenzo, y de haber triunfado sin discusión en tierra ajena.

A esa edad Maradona llegaba a Nápoles para empezar de verdad su increíble trayectoria: era famoso, pero debía hacer el posgrado en tierra italiana para que el mundo comprendiera definitivamente lo grande que era.

A esa edad, Alfredo di Stéfano jugaba y empezaba a deslumbrar en Millonarios de Colombia, pero no llegaría al Real Madrid y a la cumbre de todo, hasta los 27.

A Messi le llegó la fama (porque su fútbol venía de antes) cuando rozaba los 20 y ha conseguido el milagro de mantenerse en la cima sin mengua alguna.

Un joven y talentoso relator argentino, Mariano Closs, emocionado por lo que veía en Wembley —aquella noche de la final de la Liga de Campeones— dijo (no es textual) que Messi era lo más grande que había visto en su vida, que tenía justa fama en todo el mundo, y —aquí hubo una chispa de dolor en la voz del periodista— que ojalá algún día, en Argentina, entendieran de verdad lo que Messi era en el fútbol.

Tal como sucede en la cancha, Messi quiere jugar a dos puntas, se desespera por mantener los lazos con Argentina, y vive atado a la España (a la Barcelona) que hizo el milagro en su vida.

Como sabe que muchos argentinos desconfían de él, de su destreza y de sus sentimientos, no vaciló en lanzar un grito de mal gusto (“Viva la Argentina y la c… de su madre!”) en pleno festejo de su equipo, impulsado por alguna pasajera borrachera. Confieso que me dolió ese traspié del muchacho célebre, como sentí en el alma el pelotazo que lanzó furioso a la tribuna del Bernabéu en uno de los agrios partidos con el Madrid, y el festejo exagerado, pateando micrófonos y carteles de publicidad, en la noche increíble de Wembley.

Porque ese no es Messi, que hace del gol un festejo con amigos, alzando dos dedos al cielo para recordar a una abuela que lo entendió antes que nadie. Messi es de novela porque, además de gran jugador, es transparente y sólido, y casi nunca pierde la chaveta.

Llevado por aquella ansiedad sin remedio, habla de la selección argentina, dice soñar con la Copa América o la Copa Mundial de la FIFA, insiste machaconamente en todo eso. Pese a ello, mucha gente de su país de nacimiento le cree a medias, mientras ovaciona y pide a gritos que entre Tévez (Carlos Tévez se fue a Brasil y a Inglaterra, pero antes jugó en Boca, salió de una villa miseria, y es el “jugador del pueblo”…).

Ahora, Messi tiene 25. Ha pasado solamente un año. Argentina trastabilló en la Copa América y empezó las eliminatorias con el pie izquierdo, aunque luego pareció enderezar el rumbo y, como postre, se produjo una victoria en el amistoso ante Brasil.

“El pecho frío que no siente la camiseta ni canta el himno, y triunfa allá en España porque nadie lo marca, y si quiere ser grande en Argentina tendrá que ganar un Mundial, como Maradona” recibió las primeras ovaciones, pero no unánimes.

La situación es ligeramente diferente a la que describía un año atrás. Pero dentro de dos meses, cuando vuelva al equipo azulgrana, no estará Guardiola, al que debe tanto como el técnico le debe a él. Algunas cosas han cambiado. Tanto que ya se sabe que el muchacho se diplomará de padre.

De la tarjeta roja al no a la selección roja

El árbitro alemán Markus Merk, ya retirado de la actividad, fue elegido varias veces como el mejor referí del mundo y en otras ocasiones fue ferozmente criticado como le sucede a casi todos los jueces del mundo.

Rico en anécdotas, no olvida algo que ocurrió el 7 de agosto de 2005 en Budapest, en un cotejo amistoso entre Hungría y Argentina que los visitantes ganaron por 2-1. El partido era aburrido, pero en la segunda etapa hubo un cambio en Argentina e ingresó un jovencito (18 años) que de inmediato (30 segundos anotó la agencia AP; 47 segundos puntualiza Wikipedia) se trenzó en un agarrón con el húngaro Vadczak y le aplicó un codazo. Merk lo expulsó sin vacilar, y el muchacho —informó AP— se fue al banco y lloró sin consuelo.

El jovencito era Lionel Andrés Messi, que ese día debutaba en la selección mayor de Argentina.

Siete años después, Messi ha conseguido superar la desconfianza o el rechazo de buena parte de sus compatriotas, aunque Maradona —en su estilo— volvió a pedirles, hace pocos días, que cesen en sus críticas y sus exigencias porque Messi se puede aburrir, volver a Barcelona y no regresar a la albiceleste.

Ese mismo Messi recibió, entre 2003 y 2004 (tenía 16 o 17 años) una visita especial: El País de España informó de que “un portavoz de la Federación Española de Fútbol se dirigió a Barcelona para sondear la posibilidad de que el entonces jugador cadete jugara en el seleccionado rojo”.

Según la misma versión, “la oferta fue desechada gentilmente por el jugador”.

Eso no impidió que poco tiempo después (26 de septiembre de 2005) el mismo diario anotara que “el centrocampista del Barcelona Lionel Messi ya dispone de pasaporte español… y hoy mismo ha jurado la Constitución como ciudadano español, y está pendiente de que la Real Federación Española de Fútbol reconozca sus derechos y tramite de inmediato su nueva ficha.

El Barcelona considera que este trámite es automático y que el centrocampista ya podrá jugar como español en el próximo partido ante el Zaragoza”.

En aquella fecha, los españoles sabían que el juvenil “centrocampista” nunca vestiría la casaca de ese país: ya había debutado como futbolista argentino en el Mundial Juvenil disputado en Holanda (junio/julio de 2005) y era campeón mundial, además de Balón de Oro (mejor jugador) y Botín de Oro (goleador con seis conquistas) de ese certamen.

Una vida llena de galardones

En los siete años de su trayectoria en el ámbito principal del fútbol, Messi ha recibido diferentes distinciones, pero también ha sido el motivo de algunas afirmaciones que causaron polémica: basta recordar cuando la revista Sports Ilustrated lo calificó como el mejor futbolista de la historia, y la controversia se extendió por todas partes.

Sin duda alguna, sus primeros e indiscutibles trofeos los consiguió con la selección juvenil argentina en un torneo Mundial de esa categoría: fue en 2005, Messi tenía 18 años, y la FIFA lo consagró como Balón de Oro (mejor jugador) y Bota de Oro (goleador) de ese certamen.

El Balón de Oro de la FIFA —2020 y 2011— derivó de una votación mundial, y el máximo organismo del fútbol hizo conocer todos los sufragios recibidos. El mismo Messi demostró que nunca hay unanimidad en este tipo de premios cuando, en plena ceremonia, le dijo a su compañero Xavi Hernández que lo merecía tanto como él.

No hay discusión sobre los “Pichichi” (máximo goleador de la Liga Española) que otorga el diario madrileño Marca: esas distinciones en 2010 y 2012 tuvieron el respaldo de cifras irrebatibles.

Y tampoco parece haber polémica con relación a su flamante título de mayor goleador de los equipos de Barcelona en partidos oficiales. Tanto el club como los medios catalanes avalaron los números.

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