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lunes, 24 de septiembre de 2012

Liga de Campeones Barcelona y Real Madrid comenzaron su participación con apretados triunfos y el mismo marcador.



Con el objetivo —finalmente no cumplido— de sacar de la vaina a los jugadores de la selección argentina, pero especialmente en impacientar a Messi, los limeños decidieron gritarle “¡Cristiano!” apenas pusiera pie en suelo peruano a veinticuatro horas del partido de eliminatorias, pero los siempre inquietos estrategas de venta, buscando la forma de ofrecer como cierta esta historia de una supuesta animadversión entre el 10 del Barcelona y CR7 deben jalarse los cabellos porque Lionel, en estos asuntos No Sabe/No Responde.

Digo esto a propósito del fulgurante debut de los dos grandes de la Liga española en la Champions League que a su turno ganaron como locales con marcador idéntico (3-2), el Madrid frente al Manchester City y el Barça dando vuelta el resultado contra el Spartak de Moscú.

Son comprensibles las especulaciones y la duda sobre cómo será capaz Tito Vilanova de sostener con la misma regularidad con la que su predecesor llevó a los blaugranas a jugar como nadie y ganarlo casi todo en los cuatro últimos años, aunque la primera buena señal es que el equipo, con ligeras modificaciones y el regreso de David Villa, se ha encaramado de buenas a primeras en el primer lugar de la tabla sacándole a su archirrival nueve puntos en los inicios de la nueva temporada de la Liga española.

Mientras tanto, en Madrid, luego de haber ganado la última Liga y también recientemente la Supercopa española, no hay manera de controlar y menos de evitar que se filtre la histeria de un par de narcisos incontrolables, Mourinho y Cristiano Ronaldo, el uno echando chispas porque su equipo empata y pierde, y el otro porque no es feliz y eso nada tendría que ver con el dinero.

El vestuario del dueño del Santiago Bernabeu se me antoja más cercano al de los divos de ópera o al de las vedettes en habituales torneos de intrigas, celos y otros asuntos menores, dada la incidencia portuguesa, ya demasiado evidente, de hacer que en todos los órdenes el equipo deba girar en torno a Ronaldo que entre dichos e insinuaciones, dependiendo de cada lugar y momento, hizo saber que sus compañeros no le dan el sostén emocional que se merece, todo ello con la venia y el estímulo de Mou.

Para el técnico y la estrella, ya no pueden haber dudas, ganar es una droga. Son triunfodependientes porque no de otra manera se explica que contando con un muy buen equipo jueguen como juegan, ganen como ganan y tengan los poros abiertos para llevar esos ánimos agriados que denuncian el sentimiento de “¡me cago en Dios!”, expresión extrema muy propia del argot español.

El último dato dice que Cristiano ya dejó de ser infeliz con el tercer gol sobre la hora que definió el triunfo madridista contra el City, pero poco le duraría el festejo, porque al día siguiente, Messi haría lo mismo pero por doble partida, y eso a este vendedor de goles, marcas de todo tipo e invariable gesto arrogante lo saca de las casillas, aunque Casillas quiera siempre poner paños fríos masajeando la conciencia de sus compañeros a fin de que el barco no termine encallando.

Esto que ya se está convirtiendo en neurosis digna de análisis en otros ámbitos, tiene el particular ingrediente que para el técnico y la estrella ganar ya no se limita a que su propio equipo obtenga triunfos, sino que esta adicción se ha hecho extensiva a la necesidad que ganar es también esperar que el Barça pierda y a Messi le vaya mal. El filósofo mexicano Roberto Gómez Bolaños diría “estamos locos Lucas”.

Ahora estará claro por qué Cristiano tiene la frívola infelicidad de revista del corazón y Mourinho tiene que gritar un gol con rabia antes que con algarabía.

En lugar de respirar felicidad, son inevitablemente propensos a la crispación y al empute, a la enfermiza necesidad de esforzarse por desmentir al mundo que los genios no necesitan gritar a los cuatro vientos su inexplicable talento. Así, mientras Messi juega, Mourinho y Cristiano venden, y hasta ahora no caen en cuenta que hay muchísima gente que no compra y menos estruendosas amarguras del que lo tiene todo, pero en el fondo parece no tener nada.

‘Me quieren, no me quieren, mucho, poquito, nada…’

Lo de Cristiano Ronaldo ha pasado de irritante a patético. Quejarse ante micrófonos por no ser feliz debido a que no tiene el apoyo de sus compañeros es propio de la insatisfacción que provoca el egocentrismo incontrolable.

En realidad el gran jugador portugués no es feliz porque su necedad le ha ganado hace tiempo. No puede ser una señal de lucidez e inteligencia hacer morisquetas porque el premio a mejor jugador de Europa se lo entreguen a Andrés Iniesta y no a él. Para colmo, el tercero en cuestión de la imagen televisiva es Messi y como no podía ser de otra manera se alegra y abraza a su compañero una vez que anuncian su nombre.

Me imagino a Mourinho y a Ronaldo alrededor de una mesa, masticando sus amarguras. El mundo futbolero, salvo los seguidores del Real Madrid, los detesta por autorreferenciales y soberbios. Apenas celebran algo, el subconsciente ya les dicta un nuevo pretexto para seguir en el plan de la enemistad contra aquello que les hace sombra.

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